San Gabriel de la Dolorosa

«Enfermedad y muerte: peldaños de una heroica ofrenda»

Por Isabel Orellana Vilches

2702MADRID, 27 de febrero de 2013 (Zenit.org) – La vida de Francisco Possenti es la de una intensa y bellísima historia de amor a Jesús crucificado, a la Eucaristía y a la Virgen. Pero no fue así desde el principio. Acomodado a los recursos que le ofrecía el alto estatus social de su familia y el éxito que le rodeaba, fue aplazando la respuesta al llamamiento que claramente percibía dentro de sí. Experto en promesas incumplidas se ofrecía a Dios, y casi a renglón seguido se olvidaba de materializar su entrega. La maraña de autoengaños y mentiras psicológicas en las que se enredó le hacían perder el tiempo que Dios había trazado sobre él. Hasta que el sufrimiento atenazó su vida con su propia enfermedad y, sobre todo, con la pérdida del ser que más quería. Jamás intentó doblegar la voluntad divina queriendo acomodarla a la suya. Conmovió el corazón de Gemma Galgani, unida a él, con su asistencia desde el cielo, a través de «visitas» en las que la animaba y aconsejaba.

Nació en Asís el 1 de marzo de 1838. Era el undécimo de trece hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 4 años. Su padre era juez en la ciudad y al quedarse viudo se ocupó personalmente de su formación. Era un hombre creyente que, junto a su esposa, había alentado a sus hijos a compartir diariamente prácticas de piedad como el rezo del rosario. Sostenidos por su confianza en Dios afrontaron la desaparición de cinco de los hermanos. La sensibilidad de la que hacía gala se puso de manifiesto también con la educación de Francisco. Éste tenía lo que se dice mal genio. Un carácter impulsivo y tendente a la ira, que su progenitor se preocupó de templar a través de la selecta educación que le proporcionaron los hermanos de las Escuelas Cristianas y los jesuitas con quienes les llevó a estudiar. El mundo en cierto modo le atraía, y como era un líder, fácilmente sobresalía en cualquier lugar. Después, la indómita personalidad, atenuada progresivamente, dejó traslucir un «temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso; poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad… Era de palabra fácil, apropiada, inteligente, amena y llena de una gracia que sorprendía…». Además, poseía innegable atractivo: alto, bien formado, y le acompañaba incluso su tono de voz. Esmerado en el vestir –iba a la última– tenía dotes para el canto, la poesía y el teatro. Sensible y proclive al enamoramiento, se sentía atraído por la lectura de las novelas. Pero como en su interior mantenía siempre viva su fe cristiana (incluso tenía en su habitación una escultura de la Piedad que veneraba), después experimentaba una honda tristeza y abatimiento. A veces acompañaba a su padre al teatro, y lo abandonaba a escondidas para rezar bajo el pórtico de la cercana catedral, regresando de nuevo antes de que acabara la función.

Dios tocó su corazón por medio de una grave enfermedad. Aterrorizado por ella, prometió que si sanaba, abandonaría la vida que llevaba. Se curó, pero no cumplió su palabra. Con todo, llamó a la puerta de los jesuitas y aunque fue aceptado, pensó que le convenía una comunidad más rigurosa. Nuevamente estuvo a punto de morir, y seguro de que manteniéndose fiel a Dios, sanaría, tocado por el ejemplo del beato Andrés Bobola, al que había pedido su mediación, efectivamente se curó. Solo le quedaba cumplir su promesa ingresando con los jesuitas. Sin embargo, dejó pasar el tiempo. Entonces perdió a la hermana que más quería a consecuencia de una epidemia de cólera, y lo interpretó como un signo divino inaplazable. De modo que, comunicó a su padre la decisión que daría el rumbo definitivo a su existencia. A su progenitor le parecía que un joven tan mundano como él no iba a encajar fácilmente en esa forma de vida y desistiría de su empeño prontamente. En esa época, intervino María. El 22 de agosto de 1856, cuando Francisco asistía a la procesión de la «Santa Icone» en Spoleto, donde residía, la Virgen le dijo:«Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa». Y el 10 de septiembre de 1856, con 18 años, ingresó en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata). Al profesar tomó el nombre de Gabriel de la Dolorosa.

Efectivamente, y tal como su padre pensó, la diferencia entre la vida que había llevado y la conventual le costó grandes esfuerzos a todos los niveles. En nada se parecía la frugalidad de una mesa sobre la que se extendían humildes viandas con los apetitosos bocados que había gustado en su casa. Los horarios, la disciplina… Se sobrepuso a todo. Y después, hizo notar en sus escritos: «La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles». Se formó en Preveterino, Camerino e Isola feliz de poder convertirse en sacerdote, pero Dios tenía otros planes para él. Nunca se quejó, soportó santamente las humillaciones, y fue admirado por sus hermanos por la amabilidad de su trato, su fervor, y la fidelidad en el cumplimiento de lo que se le indicaba: «Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua», decía. Refugiado en Cristo y tan alejado de la notoriedad, hasta quemó sus experiencias místicas que habían estado cuajadas de favores celestiales que anotó. Paciente, humilde y obediente supo sacar partido a las mortificaciones y penitencias, creciendo en la santidad a través del dominio de la voluntad en las pequeñas cosas del día a día. A punto de ser ordenado sacerdote en 1861, contrajo la tuberculosis. Tenía presente la Pasión de Cristo y le habían consolado «Las glorias de María» de san Alfonso María de Ligorio, que acrecentaron su devoción por la Virgen. Tras un año de sufrimientos, ofrecidos como víctima expiatoria a Cristo, dando heroico testimonio de paciencia y de conformidad en tan doloroso proceso, murió en Isola del Gran Sasso, Teramo, el 27 de febrero de 1862. Fue canonizado el 13 de mayo de 1920 por Benedicto XV.

Del único santo argentino hasta la fecha, San Héctor Valdivielso, en el día de su fiesta

San Héctor Valdivielso

Recogía hace ya unos días este mismo medio que avanzaba positivamente el proceso de beatificación del argentino Enrique Shaw. Una noticia que me hizo formularme una pregunta: ¿pero cuántos son los santos argentinos? Y es que efectivamente, argentinos, lo que se dice argentinos, hay pocos santos. De hecho sólo uno y bien reciente: San Héctor Valdivielso Sáez.

            Héctor Valdivielso nace el 31 de octubre de 1910 en Buenos Aires, hijo de padres españoles, procedentes de La Bureba, en Burgos. Acudió a la Escuela municipal y a la de las Hijas de la Caridad y en 1922 ingresa, con su hermano José, en la cercana casa de Bujedo, aspirantado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, es decir, los Hermanos de La Salle. Tras realizar el noviciado menor en la casa misionera de Lembecq-lez-Hall en Bélgica, regresa a Bujedo para hacer el noviciado, recibe el hábito con el nombre de Benito de Jesús y pronuncia sus primeros votos el 7 de octubre de 1927. No será nunca sacerdote, pues los miembros del Instituto fundado por San Juan Bautista de La Salle profesan votos pero no reciben el sacramento del orden.
            El 24 de agosto de 1929 la orden lo destina a España, a su colegio de Astorga. Y de ahí pasa en 1933 a Turón, en las cuencas mineras asturianas. En Turón será testigo y víctima de la llamada Revolución de octubre del año 1934, un atentado contra la República en la tiene una participación relevante el Partido Socialista Obrero Español, y con la que según muchos de los mejores conocedores de la historia de España del s. XX, tiene lugar el verdadero comienzo de la Guerra Civil.
Mártires de Turón

Las luchas comienzan la misma noche del 4 de octubre. Mineros y obreros se lanzan a la calle guiados por los comités revolucionarios socialistas y comunistas. Se da orden de detener a todos los sacerdotes y religiosos, una orden de la que, por muy queridos que fueran en el pueblo en reconocimiento a su labor educativa, no se salvan los Hermanos de Lasalle de Turón. Así que el 5 de octubre, el Hermano Benito de Jesús es detenido, encarcelado y sometido a juicio revolucionario en la Casa del Pueblo, junto con su comunidad. Sólo cuatro días después, el 9 de octubre, Valdivielso, siete compañeros de comunidad y un sacerdote pasionista, conocidos como los “Mártires de Turón”, junto a muchos otros detenidos de la revolución, son fusilados junto al cementerio del pueblo.

            Terminado que hubo la revolución, los cuerpos de los siete hermanos y su capellán serán trasladados a la iglesia del Monasterio de Santa María de Bujedo, donde aún hoy reposan.
Sello conmemorativo

Héctor Valdivielso será beatificado el 29 de abril de 1990, y canonizado el 21 de noviembre de 1999, siempre por el Papa Juan Pablo II y siempre junto a sus compañeros de martirio, los Mártires de Turón. Su fiesta se celebra tal día como hoy, 9 de octubre. Mucha felicidades pues, a todos los argentinos, y también a cuantos celebren tal día como hoy su santo en honor al Hermano Benito de Jesús, que sufrió el martirio en España tal día como hoy, hace hoy exactamente 78 años.

Un religioso rumano cuenta como vivió su fe en los 42 años de cárcel y trabajos forzados

Este es el estremecedor testimonio del Hermano Tiberio, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, muerto a los 74 años en 1999. Fue hecho prisionero y condenado a trabajos forzados en 1958, en su Rumanía natal, por las autoridades del Partido Comunista húngaro.

42 años de viacrucis
«Mi viacrucis comenzó el 2 de agosto de 1948. Era el último día de nuestro retiro anual.

»Los Directores de tres escuelas católicas de los Hermanos en Bucarest fueron llamados por los dirigentes comunistas de Rumania, que estaban en el poder, para informarles que el gobierno comunista quería nacionalizar las escuelas privadas. En consecuencia, los Hermanos debían entregar en el acto las llaves de sus establecimientos. En menos de una hora, nos encontramos lanzados a la calle. No nos permitieron tomar sino los efectos estrictamente personales: calzado, ropa, etc. Todo lo demás debía quedar en las escuelas: libros de la biblioteca, camas, armarios…

Buscar otro trabajo…
»También nos dijeron que debíamos abandonar la vida comunitaria y que nos emplearían como profesores, si no, debíamos arreglárnoslas para encontrar un medio de subsistencia.

»Los dirigentes nos impusieron, por decreto, la residencia en un apartamento situado en el segundo piso del palacio episcopal católico. Este decreto no se aplicaba sino a los religiosos que trabajaban en escuelas. Los jesuitas y franciscanos, que eran sacerdotes, no entraban en esta disposición pero tuvieron que abandonar sus hábitos religiosos e irse a las parroquias.

»El decreto afectó únicamente a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Las dos comunidades de Hermanos formaron entonces una sola comunidad bajo la dirección del Hno. Director y Visitador auxiliar Bonifazius Sattmann. Éramos unos 20 Hermanos. Cada uno debía manifestar por escrito su acuerdo o desacuerdo. Yo era uno de los más jóvenes: 24 años.

¿Seguir las directrices del Partido Comunista?
»Había enseñado solo cuatro años en la escuela San José. No dudé ni un instante sobre lo que debía hacer. Sabía que mi puesto debía estar entre los Hermanos y con ellos. También estaba persuadido de que la situación no duraría mucho. Había dos Hermanos más jóvenes que yo. Desgraciadamente, se salieron más tarde por diversas razones; enseguida les pesó, aunque nuestra vida no era fácil.

»Los dirigentes comunistas intentaron con presiones y promesas hacernos abandonar la vida religiosa. No lo lograron.

Un testimonio de fe en la Providencia
»El Hno. Bonifazius era el procurador y el superior en aquellos tiempos penosos. Su fe en la Providencia nos impresionó a todos y nos infundió valor. Ninguno de nosotros era pusilánime o temeroso, aunque eso no fue siempre fácil. Él era el padre, el jefe y el amigo de todos a pesar de su sordera tenaz. Rezó mucho precisamente porque era sordo… A la gracia de Dios y a él en segundo lugar mantuvimos nuestra vida comunitaria. Era el superior que la Providencia nos había preparado para aquellos tiempos turbulentos.

Dar clases particulares para comer
»Muy pronto surgieron les primeras dificultades. Los escasos recursos se habían agotado. Para continuar viviendo, los Hermanos debían dar clases particulares. Los padres lo deseaban. En esto me ocupé durante cinco años. Era una nueva modalidad de apostolado. A través de las lecciones particulares seguíamos ejerciendo una influencia religiosa. Era necesaria más que nunca.

Condenados a trabajos forzados sin juicio
»Empezamos muy pronto a dar lecciones de catecismo en las parroquias. Estuvimos tranquilos durante dos años. Era la calma que anunciaba la tempestad. La primera tormenta se declaró en 1950. Cinco Hermanos fueron arrestados. Dos que habían trabajado en la Nunciatura fueron conducidos a los tribunales y cada uno fue condenado a 16 años de prisión; los otros tres a dos años de trabajos forzados sin mediar ningún proceso legal.

»Por precaución, parte de los Hermanos se fue a vivir con las familias de algunos antiguos alumnos.

»Volvimos a vivir un período de calma después de que el gran Moloch había devorado su ofrenda… Parecía que el cielo se iba a despejar después de la conferencia de Helsinki.

Reunir cada domingo a 300 personas
»Los Hermanos volvieron a su apartamento y continuaron sus cursos de religión en las cinco parroquias donde se reunían cada domingo cerca de 300 católicos. Esto no les caía bien a las autoridades comunistas, que les decían a sus colegas: `Ustedes no logran convocar a las juventudes comunistas, y este puñado de educadores religiosos llenan sus salas todos los domingos´. Algunos antiguos alumnos y amigos advirtieron a los Hermanos que se preparaba algo contra ellos. El Hno. Bonifazius permaneció tranquilo y ejerció su influencia en la fidelidad de los Hermanos y de su confianza en Dios.

Enseñar religión rodeados de espías
»Durante dos años enseñamos religión en presencia de espías que estaban en todas partes. Los conocíamos, y ellos nos conocían. Pero la señal para entrar en acción no había sido dada. Lo fue el 21 de agosto de 1958: cuatro Hermanos fueron arrestados y con ellos tres antiguos alumnos. Habían movilizado a otros alumnos. Después de 3 meses de pesquisas e interrogatorios penosos o aun de torturas, el 17 de diciembre de 1958 fueron condenados a 90 años de prisión. Los dos Hermanos de más edad recibieron una sentencia de 20 años cada uno; los otros tres, 15 años cada uno y los dos más jóvenes tuvieron que pagar 10 años cada uno.

Condenados a prisión por enseñar catequesis
»¿El crimen? Haber enseñado la religión a los jóvenes. (Se puede leer ese motivo en el texto de la sentencia M 125258).

»¡Mire usted! ¿Por qué condenan a 10, 15 ó 20 años de prisión, ellos que se proclaman miembros del régimen que dice ser el más humanitario… del mundo? Un espíritu sano no puede comprenderlo, y sin embargo los comunistas condenaban a las más duras prisiones por tales «crímenes», y no se avergonzaban de dejar pruebas escritas de ello. ¿Qué dirán ustedes, occidentales, de semejante comedia? Y ustedes, comunistas del occidente, ¿qué dirán de su fraternidad universal y de su justicia? ¡Alianza del bloque oriental!…

En la cárcel con ratas
»Entonces las dificultades continuaron. Nos encontramos 110 residentes en un cuarto de 11 x 10 metros con una sola ventana que estaba tapada con tablas clavadas desde el exterior para que los prisioneros no pudieran mirar hacia afuera. En un rincón, para atraer a las ratas, había cuatro baldes, (no había retrete). Los baldes eran vaciados una o dos veces por día… Nadie podía permanecer debajo de la ventana. Estaba absolutamente prohibido. Dormíamos en el suelo de cemento sin poder siquiera acostarnos boca arriba, porque faltaba espacio; había que dormir de lado, apretujados como sardinas. A menudo, o las más de las veces, el último que entraba en el cuarto debía dormir sentado en los baldes que servían de retrete.

Sin jabón, ni papel higiénico… poca agua
»En poco tiempo, nuestros cuerpos eran una sola llaga. No había agua. Cada uno tenía derecho a medio litro por día. No había jabón; solamente unos granos aquí o allá de jabón para lavar… Nada de papel higiénico… Media hora para pasearse en un patio de unos 30 metros cuadrados, bien separados para evitar que pudiéramos hablar con el vecino o aun que lo pudiéramos ver realmente… Nadie podía chistar palabra. Un guardia (miliciano) vigilaba todo.

Todo estaba prohibido
»Durante el día, nadie podía descansar en la cama; solamente los enfermos que tenían permiso médico. No se podían hacer llamadas telefónicas, ni recibirlas, ni estudiar alguna lengua extranjera o enseñarla. No teníamos ningún medio pare escribir: lápiz, papel…. no teníamos ni una aguja. Todo estaba formalmente prohibido. Cualquiera que fuera sorprendido infringiendo estas leyes era condenado al aislamiento de 3 a 5 días. En los lugares de aislamiento era imposible sentarse desde las 5 de la mañana a las 10 de la noche. Uno recibía de comer dos veces al día, y solamente 100 gramos de pan y medio litro de agua.

Crueldades inhumanas
»Me dirán que me equivoco, que exagero. No, querido lector, no hay equivocación. De hecho era muy horrible. Les recomiendo el libro de Solyenitsin «El archipiélago de Gulag».

»Él no engaña. No exagera. En ese libro encontrará todas les crueldades inhumanas e inimaginables cometidas por esos señores.

Trabajos forzados para construir una presa
»Después de un año de semejante tratamiento le preguntaban al prisionero si deseaba trabajar. Naturalmente, todos los que podían moverse respondían afirmativamente. Era el mes de agosto, a comienzos, nos pusieron en uno de los vagones para animales y nos dotaron del mismo sistema de retretes que mencionamos antes. Después de dos días y una noche, partíamos con destino desconocido. Como los vagones eran abiertos pudimos constatar que nos llevaban a la región llamada «Grosseinsel» del Danubio en los alrededores de Braila. Allí tuvimos que construir una presa de contención de 17 km x 35 km contra las olas espumosas del Danubio. Nos alojaron en dos barracas. Cerca de 100 hombres. Las instalaciones eran más que primitivas. El principal problema era el del agua. Un litro de agua para mezclar con una especie de café; mitad agua, mitad barro, que había que esperar hasta las 3 de la madrugada.

Aparece la disentería
»Las consecuencias no tardaron en aparecer. Desde el 10º día (17 de agosto), sufríamos de disentería. Era un gran peligro. No había médico. Yo tenía solamente 12 tabletas de TALASOL… Durante 7 días no pude comer ni beber absolutamente nada. Verdaderamente nada. Estaba moribundo (ya había sufrido de lo mismo en prisión).

En el esqueleto…
»Lo que estoy contando parece difícil de creer, pero no digo más que la verdad. En dos semanas me convertí en un esqueleto. Fue también la primera vez que vi morir a un hombre. Lo que me impresionó mucho. Y yo no parecía estar en mejores condiciones que él. Sin embargo, no perdí la esperanza. Los comienzos fueron duros y duraron mucho tiempo. Debía volver al trabajo pero estaba tan débil que no podía casi andar. Muchos murieron en esa época.

»El mes de noviembre debía volver a trabajar en la presa. Hubimos de construirla a pico y pala. Era pesado. A menudo hemos pensado en el trabajo de los egipcios que construyeron les pirámides. ¿Sería tan agotador? …no hay que exagerar; pensarán algunos…

A las puertas de la muerte
»Después de dos años fuimos llevados a trabajar en los campos. Era menos agobiante. En el curso del año 1961, nos habían dirigido a Luciu Giurgen. Cogíamos el agua del Danubio, que hacíamos hervir para beberla. Eso no duró mucho tiempo. De nuevo enfermamos. Me convertí en un caso especial que sería sometido a una junta de médicos civiles. Estaba en peligro de muerte por eso me llevaron al hospital de Constanta… Era la segunda vez que me encontraba a las puertas de la muerte. Allí nos trataron humanitariamente. En tres semanas el peligro fue conjurado y pudimos volver al campo a emprender otra tarea. Eso sucede una vez sobre ciento… En el camino de regreso viví una Navidad inolvidable en un reducto donde había toda clase de bichos y centenares, o más bien miles de ratas, que se acercaban a preguntarme qué buscaba allí, y por qué venía a turbar su tranquilidad. Ni hablar de dormir en semejante ambiente.

Traslado a la prisión de Gherla
»En el otoño de 1962, fui conducido de nuevo a la famosa prisión de Gherla. A causa de mi enfermedad era portador de un bacilo desde hacía quince años, y representaba un peligro para los civiles que habitaban esta isla. De los prisioneros, no se preocupaban aun cuando cayeran enfermos.

»En Gherla trabajé dos años en una fábrica de muebles, haciendo mesas. Me sentí más holgado en lo referente a mis necesidades materiales. Al que cumplía las «normas» le daban una tarjeta postal y podía escribir a la familia y recibir un paquete que podía llegar a los 5 kg de comida y 400 cigarrillos. Escribí una vez solamente porque entretanto me convertí en un buen fabricante de mesas.

Leer un libro tras cinco años
»En la primavera de 1964, pudimos por primera vez, después de cinco años y medio, leer un libro. También nos permitieron leer el periódico del partido que trataba de los éxitos del pueblo bajo la dirección del partido comunista rumano. Querían prepararnos paulatinamente a la liberación que se avecinaba. Creo que en abril nos dijeron que seríamos liberados pero no todos a la vez sino poco a poco. Fue la primera vez que cumplieron la palabra: la liberación comenzó en abril; sólo en agosto de 1964 me llegó a mi el turno.

Liberado, sólo y sin dinero
»Debido a que durante seis años no había tenido noticias de los Hermanos, me dejaron primero con una familia. No muy lejos de allí, a 110 km, y cerca de 50 km de Bucarest. Yo no tenía dinero y quería saber si mi madre vivía aún, ya que tenía 77 años y había sufrido un ataque cardíaco en la primavera de 1958.

»Yo fui hecho prisionero en otoño. Durante mucho tiempo pensé que estaba muerta. Había permanecido muy unido a mi madre porque ella jugó un papel muy importante en mi vocación de Hermano.

Reencuentro con la madre
»Mi encuentro con ella fue muy emocionante para ambos. Me reservo hablar de este asunto. Incluso, después de tanto tiempo, me costaría decirlo todo. Lloró largo rato entre mis brazos y solamente podía decir: «querido hijo, querido hijo». Y yo lloraba con ella. Todos los de la casa nos acompañaban. Llorábamos todos… de alegría.

Otra vez con los hermanos en Bucarest
»Permanecí cuatro días donde mi madre. Deseaba ardientemente unirme a los Hermanos en Bucarest. Fui el último en llegar. Todos estaban ya reunidos. Fue un encuentro caluroso pero bastante breve. No podíamos formar comunidad. Para los comunistas, éramos hombres peligrosos. Debíamos salir de Bucarest sin tardanza. Tres Hermanos pudieron permanecer con sus padres que habitaban en Bucarest, los otros hubieron de regresar a sus lugares de origen.

Considerados como leprosos…
»Así comenzó la segunda fase de nuestra condena. Fueron los años más duros de soportar; aun cuando no eran comparables con las dificultades de la prisión, me pusieron a prueba y los conservo en la memoria. Faltarían todavía veinticinco años… Fuimos siempre considerados por los comunistas como leprosos y perjudiciales para el estado. Pero la gente no nos veía así. Nos amaba y nos respetaba. ´Lo que es peligroso para nosotros es solamente su nombre de Hermanos de las Escuelas CRISTIANAS`, me dijo un día un oficial de la seguridad.

Le dan un trabajo de minero… pero termina de bibliotecario
»Como necesitaba hacer algo para vivir, solicité un trabajo a los responsables… `para alguien como usted, no tenemos otro trabajo que el de minero´, me respondieron. Entonces me dirigí a algunos amigos. Había entre ellos personas comprensivas. Y después de cuatro meses tenía el empleo de bibliotecario. El salario era reducido pero me permitía vivir. Tuve suerte igualmente con algunos padres de familia que vivían en la vecindad. Me proporcionaron medios de sobrevivir. No tenían dinero. Recibí mucha ayuda de parte de cinco Hermanos húngaros de Satu Mare. Habían tenido la fortuna de no ser dispersados.

»Vivían lejos de Bucarest (700 km) en la frontera con Hungría; eran todos entrados en años. Cada dos meses iba a visitarlos para fortalecerme en el espíritu de comunidad. Fueron siempre gentiles y amigables conmigo. Aunque todos están muertos, debo mostrarles mi reconocimiento por el amor fraterno que me dispensaron.

Vivir de prestado
»El alojamiento constituía una gran dificultad. No lograba encontrarlo. Al final, uno de mis familiares tuvo piedad de mí. Tenía una casa nueva pero no disponía más que de un cuarto habitable. Los otros no tenían ni ventanas ni puertas. Tenía cuatro niños. Tuve, pues, que compartir con ellos, durante tres meses, esta única habitación. Tuve que acomodarme, no había más remedio. Cada mañana el dueño de casa nos saludaba con un `viva Jesús en nuestros corazones´…, porque estuvo de aspirante con nosotros durante 3 años. Más tarde, se hizo sacerdote (grecocatólico). En febrero pude dormir solo. Durante el día pasaba la mayor parte con los niños porque no había leña para calentar dos habitaciones. Ayudaba a los niños a trasportar leña. Permanecí, pues, con esta familia tres años y medio hasta que, en 1968, encontré una pequeña vivienda en un Bloque de apartamentos (4,5 m x 2,5 m).

Permanentemente vigilado
»Al principio estaba estrechamente vigilado. Sabían siempre dónde me encontraba. No podía aún entrar en relación con los Hermanos que habían vivido conmigo en Bucarest. Esto no fue posible sino dos años más tarde, cuando disminuyeron la vigilancia.

Orgulloso de ser Hermano de La salle
»En la primavera de 1965, en el mes de abril, tuve la visita del Hno. Liebhard, de Viena. Conocía a todos los Hermanos rumanos porque había sido profesor en Rumania antes de 1948. No vino con las manos vacías. Lo mismo había hecho en 1964, pero yo no estaba todavía libre. Nos sentíamos muy confortados con la visita de los Hermanos de Viena. Sentíamos que no estábamos abandonados ni olvidados. Experimentamos que la gran familia lasallista era una realidad.

»El Hno. Visitador nos invitó a pasar un tiempo en Viena. Éramos relativamente jóvenes (40-54) y sabíamos un poco de alemán. Además nos podrían ayudar allá. Obtuvo todos los papeles para nosotros, extranjeros. Austria dio permiso de entrar, pero las autoridades rumanas no nos permitieron salir. De manera que permanecimos en Rumania. Cada año el Hno. Visitador de Viena venía a visitarnos al menos una vez. Más tarde otros superiores también vinieron. El Hno. Asistente Richard vino dos veces, y vino el propio Hno. Vicario (actual Superior general), Hno. John Johnston.

«Todos fuimos fieles a nuestros compromisos»
»Estas visitas eran para nosotros ocasiones de volvernos a encontrar con cohermanos. Muchas veces fuimos interpelados sobre quiénes eran nuestros invitados, qué pretendían. Seguían temiendo que nos reorganizáramos. No nos permitían vivir en comunidad. De cuando en cuando nos preguntaban, aquí o allá, cuándo nos íbamos a casar. Eso constituía pare ellos una prueba de que abandonábamos nuestros compromisos. Gracias a Dios, todos han sido fieles hasta el día de hoy.

»Con el tiempo los vínculos se han estrechado. Nos hemos reunido más a menudo, sea para celebrar un aniversario, sea para destacar una fiesta. En 1970 se produjo un pequeño milagro, al menos yo lo considero así: el Hno. Tarcisius, que había estado prisionero 14 años, recibió, el primero, un pasaporte y pudo visitar Viena, Roma y París. ¡Fue todo un acontecimiento! La segunda vez, sin embargo, se lo rehusaron. No volvimos a sentir angustia.

Sin poder dar catequesis
»La vigilancia era más discreta. Pero no podíamos hacer cursos de religión. Podíamos ir a la iglesia cuantas veces y por el tiempo que quisiéramos.

»Teníamos la misa cotidiana. Nadie nos la prohibía. Sin embargo era imposible volver a tener vida comunitaria y llevar el hábito religioso.

»El número de Hermanos seguía disminuyendo. Los Hermanos húngaros de Satu Mare han muerto, todos a edad avanzada (de más de 80 años). El último murió en abril de 1983.

»El Hno. Tarcisius murió de repente el 25 de noviembre de 1977, de infarto. El 9 de noviembre había cumplido 60 años. Su muerte nos conmovió profundamente a todos. Había sido un luchador infatigable y firme contra el comunismo. Aun en prisión seguía protestando cuando trataban injustamente a un prisionero.

Viajar a Viena y a Roma
»En 1983, me llegó el turno de obtener un pasaporte. Casi no me lo creía. En el mismo año, otro Hermano recibió también su pasaporte. Así que pasé un mes con los Hermanos de Viena. En 1987, pude volver a salir del país. Esta vez fue más sencillo porque estaba jubilado. Fui a Roma y a la Casa generalicia. Por segunda vez, el sueño se convertía en realidad en 1989 y duró seis semanas en el Centro Internacional Lasallista de Roma.

Cantar de nuevo el Te Deum
»El final del año 1989 nos ha traído nuevas esperanzas. En Navidad, pudimos oír de nuevo los villancicos y seguir (con permiso) la Misa televisada. La larga noche de 42 años de opresión comenzaba a iluminarse. El gobierno comunista era derrocado. Pudimos volver a respirar. Y pudimos cantar en nuestro interior el Te Deum. No nos atrevíamos a creerlo.

»Desgraciadamente, después de un año, constatamos que los nuevos dirigentes no parecen tomar muy en serio la libertad religiosa. Las comunidades religiosas no son todavía reconocidas ni les han entregado aún sus conventos y propiedades. Nosotros, Hermanos, aunque viejos y poco numerosos, hemos salido al fin de la noche.

»Un Hermano enseña en el seminario de Alba Julia, otro en el seminario de Iasi. Éste acompaña a un aspirante que desea ser Hermano de las Escuelas Cristianas.

»Desde la fiesta de Cristo Rey, se ha constituido una pequeña comunidad en Oradea, a 15 kilómetros de la frontera húngara.

Pocos hermanos pero optimistas
»Sobre todo, hemos sido invitados a continuar la actividad en centros donde habíamos trabajado antes.
Aunque seamos pocos por el momento seis Hermanos, de los cuales dos enfermos, y de edad avanzada: de 67 a 81 años, somos optimistas y confiados en la Providencia. Los catorce Hermanos santos y beatos nos ayudarán. La obra de san Juan Bautista de La Salle en Rumania no puede y no debe morir.

Dios nos asiste
»Nos dirigimos a todos los Hermanos del mundo para pedirles que no nos olviden en sus oraciones. Venceremos… no con nuestras solas fuerzas… Nuestros Hermanos santos y la multitud de 150.000 Hermanos de las Escuelas Cristianas que en el curso de los siglos han llevado las libreaslasallistas están con nosotros; ellos nos ayudarán. Estamos convencidos de que Dios nos asiste, y cuando Dios «está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?».